Lesoto es un país del sur de África, un pequeño reino con una población de 2 millones de habitantes y una superficie de 30.000 km2. Tiene una tradición centenaria en el que jinetes de remotas aldeas de las montañas se reúnen en el altiplano para competir en las carreras de caballos.
En la meseta de Semonkong, a más de 2000 metros de altitud, la naturaleza abrupta se encuentra inmersa en permanentes brumas, creadas por las imponentes cataratas Maletsunyane (de las más altas de África), desde donde no cesa de caer agua desde casi 200 metros de altura por una gigantesca garganta.
Es en este enclave, bajo el tímido sol de medio día, donde los pastores sotho, la etnia predominante de este pequeño país, se van a enfrentar con sus pequeños pero potentes caballos a esta carrera.
Los caballos son herencia del antiguo protectorado británico, de los que son independientes desde 1966. Los trajeron en el siglo XIX los colonos europeos.
La raza de caballo se denomina «poni basotho», aunque son más bien caballos de tamaño medio. Los pastores los utilizan como medio de transporte para pastorear sus ovejas y cabras por las abruptas montañas. Es el medio de transporte casi único en un paraje de verdes montañas con pequeñas construcciones de piedra y paja.
Es necesario el uso del caballo en nuestra vida cotidiana, ya que hay sitios donde no podemos llegar de otro modo.
Explica Motlatsi Manaka, ganadero de 45 años.
Se concentran esperando el comienzo de la carrera varias decenas de hombres vestidos con sus coloridas capas tradicionales, junto con sus caballos, recién cepillados y con las crines sueltas o trenzadas.
La carrera con más prestigio se celebra en julio en conmemoración del cumpleaños del rey Letsi III, en un país de monarquía constitucional.
Pero realmente en las montañas las carreras se disputan durante toda la estación seca (desde mayo hasta septiembre).
Cuando se anuncia la próxima carrera, este se propaga como el viento de un pueblo a otro.
Dice Jonathan Halse, un posadero de la zona.
Sobre la mesa, una cantidad monetaria equivalente a unos 280 euros que pone para patrocinar el evento, que se divide en varias categorías según la edad de los caballos.
Entre la multitud, varios cientos de personas que se sientan en gradas improvisadas en enormes piedras, y los fajos de billetes corren de mano en mano, subiendo las apuestas.
Lesotho es uno de los países más pobres del planeta, con un salario medio inferior a 150 euros al mes; sin embargo estas carreras son una buena fuente de ingresos para los propietarios de caballos.
La mayoría de estos propietarios son en realidad pastores que viven de vender la lana de sus ovejas y cabras.
Los jinetes son seleccionados entre los jóvenes de los distintos pueblos de la región, y no suelen llegar ni a los 20 años, ya que así son de cuerpo ligero y sobre todo, temerarios sin miedo a correr.
Puedo ir muy muy rápido, no tengo miedo. Soy jóven y mis huesos son fuertes.
Dice Tsaeng Masota, un joven jinete de 17 años, justo antes de posicionarse en la salida. Por su trabajo de jinete, el propietario del caballo le paga 5 euros.
A una velocidad desmesurada, las figuras entrecortadas de caballo y jinete desaparecen en la distancia. El recorrido se lleva a cabo por un camino de tierra de poco más de 1 kilómetro de largo. La línea de meta se marca con un montón de piedras, desde donde la multitud vitorea a los participantes.
Fuente: France24