Lo pensé en cuanto llegué a Senegal y los vi. Siempre ha habido diferencias de clases en el mundo humano, y ahora podía observar cómo esa misma división se reflejaba en el reino animal. Aquellos caballos, pequeños y delgados, eran parte de la clase baja, un símbolo de la lucha diaria. Sin embargo, a pesar de su situación, había en sus dueños una profunda adoración por ellos. Era un amor inquebrantable, una conexión que trasciende la pobreza, donde cada día se celebra el vínculo que une a estos nobles animales con aquellos que dependen de su fuerza y resistencia. En sus ojos brillaba una lealtad sincera, recordándonos que, incluso en las circunstancias más difíciles, el amor y el respeto pueden florecer.
Cómo muchos sabéis, colaboro en Sevilla con la ONG Movimiento por La Paz (MPDL) y el pasado verano me decidí a vivir la realidad de África, específicamente la de Senegal, con la intención de comprender mejor su cultura y sus necesidades. Quería contribuir, aunque fuera de manera modesta, a la tarea pendiente relacionada con la equidad y la justicia social y de alguna forma ayudar a construir un mundo donde los derechos sean iguales para todos, sin importar el lugar de nacimiento.
Desde el primer momento, vi cuán crucial es el lugar donde nacemos, y en este caso, también para los caballos. Allí, son de tamaño pequeño y complexión delgada. Los encuentras en todas partes, incluso descansando al sol en medio de la carretera. Son muy resistentes y enfrentan diariamente una intensa actividad, transportando personas y todo tipo de mercancías. Los ves beber de enormes bidones y usar un neumático de camión como comedero, o incluso con bolsas de forraje colgadas de la cabezada. ¡Pobres, no pueden ni respirar mientras comen! Sin embargo, al final de esos días de arduo trabajo, sus dueños los llevan al mar para lavarlos y refrescarlos. Ojalá pudiera mostraros uno de los vídeos que tomé; me quedé embelesada observando el cariñoso y delicado baño que un chico le daba a su caballo, después de haberlo acompañado todo el día en el campo, transportando sandías.
En Dakar, la capital de Senegal, las calesas tiradas por caballos son una imagen entrañable. Así se llaman allí a las carretas de dos ruedas que recorren las calles. Las ves en cada esquina, formadas en filas frente a los mercados, y durante mucho tiempo han sido un símbolo del transporte en la ciudad. Sin embargo, ahora coexisten con los mototaxis en las zonas más desarrolladas, que traen un aire más cosmopolita y moderno. Algunos consideran las calesas un vestigio de un pasado más humilde, opinando que son lentas, que obstruyen el tráfico y causan accidentes, mientras los caballos dejan su huella en las calles. Pero en medio de este cambio, las calesas siguen siendo un testimonio del espíritu resiliente de una cultura rica y vibrante. Así me lo confirmó un caballero británico que llevaba años viviendo en Senegal. Mientras esperábamos para cruzar la carretera, lo vi aguardando la llegada de una calesa, y no pude resistir la tentación de preguntarle: “Señor, ¿qué prefiere, una calesa o un mototaxi?”. Su respuesta fue sencilla pero profunda: “Tomar un taxi es para ricos. Prefiero apoyar a estas personas porque son parte de la comunidad”.
En sus palabras resonaba el verdadero espíritu senegalés, una esencia de humanidad, comunidad y hospitalidad que tuve el privilegio de experimentar en ese rincón de mi querida África. Cada calesa, cada encuentro, se convierte en un recordatorio de la conexión que une a las personas, una danza de solidaridad que florece en medio de la adversidad. En este viaje, comprendí que la verdadera riqueza se encuentra en el apoyo mutuo y el aprecio por nuestras raíces compartidas.
Desde tiempos inmemoriales, las diferencias de clases sociales han tejido el delicado tapiz de nuestra existencia. En las polvorientas calles de Senegal, las calesas y sus caballos son un símbolo de la nobleza del pueblo, esos corazones valientes que desafían la adversidad con cada paso. En contraste, los mototaxis, relucientes y veloces, son un lujo reservado a quienes han alcanzado un peldaño más alto en la escalera del bienestar. Pero, en el fondo, cada viaje es un susurro de esperanza, un recordatorio de que, sin importar la clase, todos compartimos el mismo anhelo de libertad y conexión en este viaje llamado vida.
En Senegal, la relación con los caballos se teje con hilos de historia y tradición, transmitiéndose de generación en generación. Los jóvenes aprenden desde pequeños la profunda importancia de estos nobles animales, tanto en su vida cotidiana como en el ámbito espiritual. La veneración hacia los caballos es una práctica rica y multifacética que refleja no solo la conexión íntima entre humanos y animales, sino también aspectos fundamentales de la identidad cultural y la espiritualidad de las comunidades.
Los caballos son protagonistas en rituales y tradiciones que evidencian su valor cultural. Uno de los más significativos es el «Tere», una ceremonia dedicada a honrar a estos seres tan especiales y a garantizar su bienestar. Durante este ritual, se realizan ofrendas y se recitan oraciones, invocando salud y protección para los caballos. También las carreras de caballos, además de ser una celebración de velocidad, poseen un componente ritual: los jinetes a menudo llevan amuletos y talismanes para atraer buena fortuna. Antes de las competiciones, es común que se lleven a cabo rituales de purificación, donde los caballos y sus jinetes son bañados con esencias especiales y se hacen ofrendas a los ancestros.
Los caballos, en su esplendor, son adornados y presentados como símbolos de estatus y orgullo comunitario. Se les considera portadores de mensajes espirituales, desempeñando un papel vital en ceremonias de transición, como bodas y ritos de paso. En cada paso que dan, llevan consigo no solo el peso de las cargas materiales, sino también la esencia de una cultura que los adora y respeta, recordándonos que su presencia va más allá de lo físico, tocando las fibras más profundas de la existencia humana.
¡Siempre hubo clases! Una verdad que resuena a lo largo de la historia, reflejándose en cada rincón de nuestra existencia. Desde lo humano hasta lo animal, las jerarquías se manifiestan de diversas formas, revelando la complejidad de nuestras interacciones y realidades. Sin embargo, en medio de esas divisiones, también encontramos historias de conexión y amor que trascienden las barreras. La lucha de aquellos que, a pesar de las circunstancias, eligen valorar lo que tienen y adorar a quienes los acompañan, es un recordatorio poderoso de la resiliencia del espíritu humano. En cada rincón, en cada relación, siempre hay un hilo que une, un susurro de esperanza en medio de la desigualdad.