En el artículo anterior hablábamos de cómo funciona nuestro sistema nervioso. Entenderlo es la clave para poder tomar el control de nuestra vida y relacionarnos correctamente con nuestros caballos.
El modus operandi del sistema nervioso de todos los mamíferos, lo que nos incluye a humanos y caballos, es el siguiente:
Por un lado, tenemos el modo social. En este modo es donde tienen origen tanto las necesidades básicas como el instinto de supervivencia; pero no sólo esto, ya que cuando se activa este modo nos sentimos seguros y relajados, y esto propicia las ganas de jugar, de aprender, de ser curioso, etc.
Por otro lado, está el modo huida o lucha. Este modo se activa en cuanto detectamos una amenaza y nuestro sistema nervioso se pone en estado de alerta, activando todos nuestros sentidos para poder sobrevivir.
Por último, está el modo inmovilidad tónica (congelación). Este modo se activa cuando nos encontramos en máxima alerta y el último recurso para sobrevivir que tiene el organismo es dejar de luchar o huir y quedarse completamente inmóvil. Seguramente que en algún momento de vuestra vida habéis visto a un gato jugar con un ratón alguna vez. Hacerse el muerto es el último recurso del ratón para intentar evitar que se lo coma el gato.
Estos modos, normalmente no es el propio individuo quién los activa a voluntad. Es el propio Sistema Nervioso el que se encarga de decidir en qué modo operar dependiendo de cada individuo.
Me alegra poder explicar a lo largo de esta serie de artículos que esta premisa, que a priori parece la constatación de un hecho inamovible, se puede entrenar para que el propio individuo sea capaz de escoger en qué modo actuar en función de las circunstancias a las que se enfrenta.
La clave para una vida serena y tranquila es sentirnos seguros, que nuestro Sistema Nervioso sienta que no está a punto de ser atacado.
Cuando nos sentimos seguros, controlando el estrés que nos generan los posibles traumas y preocupaciones que tengamos, nuestro sistema nervioso está en modo social. Esto significa que tenemos la capacidad de crear, estamos preparados para tener relaciones de forma equilibrada, exhibiendo un comportamiento social saludable en el que disfrutamos y somos amables y receptivos con nuestro entorno y los seres vivos que habitan en él. Este estado propicia el aprendizaje y la conexión con uno mismo, el querer estar en paz y curiosear .
Cuando estamos en modo estrés (modo huida o lucha), aunque a nosotros no nos lo parezca, todo nuestro cuerpo y energía están alterados. Entre muchos otros cambios que sufre nuestro organismo, nuestro ritmo cardíaco se acelera, la respiración se vuelve más rápida y superficial, todos los músculos de nuestro cuerpo se tensan (reflejándose entre otras partes del cuerpo a través de nuestras expresiones faciales).
El estrés prepara a nuestro cuerpo para luchar o huir; los motivos de estrés en nuestro día a día han cambiado y evolucionado completamente desde que los primeros homínidos vivían en cavernas y su vida cotidiana consistía en cazar, recolectar y mantener relaciones sociales. En el siglo XXI no nos enfrentamos a animales salvajes como tigres, lobos o leones que nos estén acechando; hoy en día nos enfrentamos a los exámenes en el colegio y la universidad, al tráfico diario cuando vamos a trabajar, a los conflictos propios del matrimonio con nuestra pareja, a una fecha límite para finalizar un proyecto, a la exigencia de nuestro superior, a tener que pagar las facturas del agua y la luz a final de mes, y así un largo etcétera al que cada uno podemos poner la etiqueta que más se ajuste a nuestras circunstancias. Estos son los peligros que nuestro Sistema Nervioso detecta hoy en día.
Todas estas circunstancias hacen que nuestro cuerpo active el modo estrés y segregue los componentes químicos para prepararnos para la huida o la lucha según el peligro al que nos enfrentamos.
Desgraciadamente, nuestro cuerpo no ha tenido el tiempo necesario para evolucionar y asimilar las amenazas del siglo XXI de una forma distinta a las amenazas en las que realmente estaba en juego nuestra vida en el Paleolítico. Cuántas veces hemos oído lo de “me va la vida en ello”. Para nuestro cuerpo y metabolismo, el estrés no diferencia entre que nos persiga un león a que no podamos pagar la factura de la luz.
Es importante puntualizar lo siguiente: en el Paleolítico, una vez nos habíamos puesto a salvo del león de las cavernas, los individuos disponían del tiempo necesario para evacuar y asimilar los restos del cóctel químico que se había generado en nuestro cuerpo para activar todos nuestros sentidos y que pudiésemos escapar o luchar.
En nuestra sociedad el tiempo es limitado. Nos movemos de un factor estresante a otro y, en general, no disponemos del tiempo suficiente para que nuestro cuerpo digiera lo sucedido, haciendo que el cóctel químico generado no tenga tiempo de ser asimilado o evacuado. Esta situación propicia que nos hayamos acostumbrado a un ritmo frenético, a tener que asimilar mucha información y sensaciones en muy poco tiempo; y con ello nos hemos acostumbrado a percibir este como nuestro estado natural.
A lo largo de esta serie de artículos profundizaremos en este y otros muchos más efectos que tiene sobre nosotros este estado de tensión y frenetismo en el que vivimos.
Los caballos son grandes antenas andantes y están siempre conectados al entorno. A parte de su enorme capacidad sensorial de percibir energías y escanear su entorno son unos espejos de lo que pasa a su alrededor. Es importante mencionar que esta capacidad es la que ha propiciado su supervivencia a lo largo del tiempo.
Los caballos han evolucionado a través de los siglos gracias al gran poder de escanear el entorno e identificar cualquier peligro con suficiente antelación como para poder escapar. A parte de contar con la seguridad de la manada, y de los ojos y oídos de todo el grupo, también están conectados a los animales de su entorno para saber en todo momento las circunstancias que los rodean.
Si alguna vez habéis visto un documental sobre las llanuras de África recordaréis la típica imagen de las cebras en manada, hasta mezcladas con otros herbívoros como ñus o gacelas, tranquilamente pastando; pero siempre pendientes y siendo conocedoras de si algún carnívoro está merodeando y siendo plenamente conscientes de si el león que se acerca está en modo caza, o si simplemente pasa por allí.
Si os fijáis un poco más, observaréis que las cebras no siempre huyen al ver un león. Sólo si este tiene una actitud depredadora, con intención de atacar es cuando las cebras se anticipan y escapan. Sería un gasto de energía estúpido salir corriendo si no es por necesidad ¿no? Huir propiciaría, seguro, que la manada colapsara y entrara en caos facilitando el trabajo del depredador y haciendo a cada uno de los individuos de la manada mucho más vulnerable. Es por ello que, aunque las veamos pastar apaciblemente, siempre están conectadas a su entorno, incluyendo a las gacelas que las rodean y los pájaros que las sobrevuelan.
Estar y vivir en modo huida o lucha es totalmente insostenible para cualquier ser vivo. Os adelanto que en el la sexta entrega hablaremos con más detalle sobre este tema.
Por todo esto es que, cuando vamos a buscar a nuestro caballo de forma frenética, enfadados o con la cabeza en otro lugar (podéis poner vuestro propio ejemplo) es cuando normalmente los caballos se desentienden de nosotros, nos evitan y hasta escapan, porque no quieren saber nada de nosotros. En esta situación es cuando nos cuesta más acercarnos y cogerlos, es cuando nos cuesta más montarlos… En definitiva, es cuando nos cuesta más conectar con ellos y, seguramente, es el día que disfrutamos menos nuestro tiempo con ellos.
Pero ¿cómo se evita esto? La respuesta está en los primeros párrafos de este artículo. Sólo mejoraremos esta situación si somos capaces de leer nuestro entorno, entender lo que nos está pasando y reconducirnos a nuestro modo social.
Si aún no sois capaces de tener este control sobre vosotros mismos, no os preocupéis porque hay luz al final del túnel.
Muchas de las circunstancias que propician el estrés al que todos nos enfrentamos en nuestra vida diaria son muy difíciles de cambiar y, muchas veces, no podemos simplemente dejar los estudios, el trabajo, o de repente tener un salario por encima de nuestras expectativas. En cambio, sobre lo que sí que tenemos el control es sobre nuestras emociones y, por lo tanto, lo que sí que podemos hacer es intentar cambiar cómo gestionamos y digerimos todos esos factores estresantes.
Los grandes maestros Zen siempre dicen que cuando cambiamos la manera en que vemos el mundo, el mundo cambia. Es aquí donde reside nuestro poder y control sobre el entorno.
Una de las formas de volver a nuestro modo social es la respiración. Cuando respiramos conscientemente podemos volver a autorregular nuestro cuerpo. Mediante la respiración podemos hacer desaparecer la sensación de angustia, e incluso poder volver a nuestro estado creativo y social. Este estado es el estado en el que queremos que los caballos estén con nosotros. En el modo social somos la mejor versión de nosotros mismos. Es el estado en que nuestro cuerpo debería estar funcionando el 80% del tiempo, ya que ahora nuestra vida no está a merced de las presiones de nuestros superiores, tener que pagar las facturas de la luz y el agua a final de mes o de los exámenes de final de curso.
Tener la habilidad de observarnos, ser conscientes del estado en el que estamos y anclarnos a nuestra respiración es la clave para poder crecer exponencialmente, no solo con nuestro caballo, sino con el resto de nuestra vida.
No es una tarea fácil. Requiere de determinación, paciencia y mucho trabajo. Se dice que se necesitan 10000 h de práctica para adquirir un cierto nivel de dominio de cualquier actividad.