¿Los caballos no hablan? Claro que lo hacen, ya sabemos que solo hace falta observarlos, aunque saber qué pensaba un viejo caballo de trabajo en el siglo XIX, a priori, no es tarea fácil. Conseguirlo no es complicado si nos dejamos llevar de la mano de Leon Tolstoi, gran conocedor del alma humana y equina.
El gran escritor ruso montaba todos los días después de escribir, subía ágilmente a Demir dando juntos largos paseos sin importar la época del año. Imagino que esa conexión con su montura es la que le llevó a escribir Historia de un caballo (Editorial Acantilado), aunque en la dedicatoria cuente que le cedieron la idea; nadie puede escribir así sobre los caballos sin haber estado cerca de ellos, sin haberlos sentido como un todo.
Al inicio, la narración se desliza tranquilamente por el paisaje primaveral ruso, de vez en cuando se intercala con la voz del narrador el pensamiento del viejo pío: qué piensa de Néster, el pastor de caballos; cómo trata a las jóvenes yeguas que solo quieren molestarle y otros pensamientos aparentemente aleatorios.
A partir del capítulo V, el viejo caballo castrado toma las riendas del relato dejando embelesada a la manada de caballos jóvenes y yeguas traviesas; a partir de ese momento todos esperarán la caída de la noche en la que Jolstomer prosiga con su interesante historia. Narra su vida desde su nacimiento hasta llegar a ser lo que es en ese momento, un viejo pío castrado a quien todos los miembros de la manada aristocrática creían fuera de lugar. Habla de las diferencias que él ve entre la esencia de los humanos y los caballos, de lo que es ese sentido de la propiedad que no logra entender, de la bonita intención de relación con la yegua alazana que nunca llegó a nada; es tan tierno leer cómo explica su historia que no llegar a la emoción es prácticamente imposible.
Jolstomer es un buen caballo y bueno hasta decir basta. Veamos qué dice:
“Pensaba en la injusticia de la gente que me condenaba por ser pío, pensaba en lo veleidoso del amor materno, y en general, del amor femenino, y en cuánto dependía de las condiciones físicas. Pero sobre todo pensaba en las características de esa extraña raza de animales con los que estamos tan estrechamente ligados y a los que llamamos personas […]”.
Hay ciertos pasajes que al leerlos cuesta comprender la aberración del trato hacia estos maravillosos animales, no hay que olvidar que eran instrumentos de trabajo que se quitaban de en medio de un plumazo sin la más mínima compasión.
El final de la novela es brutal en toda la extensión de la palabra, no es nada amable, no esconde nada y lo muestra de una forma tan cruel que en algún momento falta el aire.
Por eso conmueve tanto leer cómo Tolstoi dio voz a este caballo, emociona la sensibilidad con que describe el alma equina que nos deja con un nudo en la garganta.
Después de leer esta joya nunca he vuelto a mirar a un caballo de la misma manera.
Libros a caballo: Historia de un caballo
Nuria Soriano
Profesora de lengua y literatura española / No soy maestra en nada y aprendiz en todo :-)