Nos encanta ver a los buenos jinetes cuando montan, parece que no hacen nada, ¿verdad?. El jinete parece que nunca se tensa y soluciona los problemas como si nada.
Pero nuestra realidad es bien distinta y no siempre sabemos cómo salir de situaciones conflictivas de una forma airosa.
Veamos algunas de ellas:
Cuando nos damos cuenta de nuestra tensión, empezamos a “cocinar ideas” en la cabeza:
- no quiero hacerle daño en la boca ni molestarle el dorso (incertidumbre)
- tengo que ser uno con el caballo, pero no me siento así (desilusión)
- parece que nada funciona (desánimo)
- siempre me hace lo mismo…(frustración)
- me molesta cuando mira todo el rato lo que le rodea, pero… pobrecito, es normal, quiere ver mundo (pena)
- si le trato bien, por qué tiene que estar constantemente asustándose de todo, debería cambiar este comportamiento, pero tampoco quiero ser brusca con él (inseguridad)
- me gusta que vaya lo más suelto posible pero, por otra parte, no me hace demasiado caso cuando necesito que haga algo…(dilema emocional)
Si hiciésemos una lista con las dudas que se nos ocurren en momentos de tensión, montando, cuando llevamos al caballo de la mano, dando cuerda, a la hora de comer o de subir al remolque, no terminaríamos nunca, así que vamos a simplificar:
En un entorno salvaje, los caballos se educan entre ellos, saben cuándo y qué pueden hacer, entendiéndose perfectamente. Pero en el momento en el que traemos al caballo a nuestro ambiente, deja de saberlo y sus instintos no siempre valen. Es nuestra responsabilidad hacer que se sienta seguro y la única forma de conseguirlo es mediante la comunicación. Aunque no debemos olvidar que, para que exista una buena comunicación, necesitamos establecer una conexión que nos permita transmitirle mensajes de forma que el caballo pueda entenderlos.
Centrémonos en la comunicación
Lo importante en toda comunicación no es lo que se transmite, sino lo que se entiende. Podemos dedicar horas de trabajo a intentar enseñar a nuestro caballo algo como pisar el agua, mantener un paso constante… pero no lo conseguimos. Exigimos, obligamos, usamos la fusta, las espuelas, pero ¿hemos pensado en algún momento que el caballo no nos está entendiendo? ¿Estamos atentos a la respuesta del mensaje y sabemos distinguir entre falta de comprensión y la negación a realizar lo que le pedimos? ¿Estamos siguiendo un proceso para pedir las cosas de forma que el caballo pueda entenderlas o simplemente aplicamos las ayudas finales?
Para que pueda haber una buena comunicación tiene que haber un emisor y un receptor. Al caballo, las cosas se le piden con gentileza, se espera la respuesta y se premia o se corrige en función de si es la que buscábamos o no. Repitiendo este proceso estableceremos una “conversación” entre ambos que permitirá mejorar el nivel de entrenamiento y nuestro nivel en la equitación.
La comunicación será posible únicamente si tenemos una conexión con nuestro caballo ya que lo que entiende es nuestra energía y sobre todo debemos estar atentos a lo que ocurre en cada momento y estar listos para actuar. Si estamos distraídos, nuestras peticiones sorprenderán al caballo y podremos provocar respuestas no deseadas.
Nuestra atención hacia el caballo tiene que ser completa y de calidad, sólo así podremos solucionar las situaciones en esas décimas de segundo necesarias para no llegar tarde.
Complementaremos esa conexión “invisible” con el contacto físico (pierna, asiento y mano a través de las riendas) cuando estemos montados, nuestro lenguaje corporal cuando nos encontremos a distancia y a través de la cuerda si le estamos dando.
¿Sabemos qué queremos pedir?
No es posible obtener una conexión y un contacto sin “distracciones” si no sabemos qué mensaje debemos transmitir al caballo ni cómo transmitirlo de forma que nos entienda. Hay que tener muy claro en nuestra cabeza qué vamos a pedir, enseñar o transmitir al caballo. Aunque sea lo último que mencionamos aquí, es lo primero que debemos tener en cuenta cuando vamos a trabajar con nuestros caballos y cuando nos encontramos en una situación de desentendimiento con ellos.
Cada vez que el caballo parezca confundido, tienda a huir, se quede paralizado o mida fuerzas con nosotros, en vez de “cocinar ideas” que nos llevan a las emociones negativas, debemos preguntarnos si tenemos claro lo que queremos que el caballo haga, si tenemos un contacto constante, suave pero efectivo y sin interrupciones, y si realmente le hemos escuchado y sentido, actuando de forma correcta para la situación en la que nos encontramos.
En nuestra relación con el caballo debemos buscar la claridad en los mensajes mediante un contacto y una comunicación en la que el que dirige la “conversación” sabe transmitir los mensajes, pero también sabe escuchar y sentir la respuesta, actuando acorde a la situación en la que se encuentra.
Con esta base, hablar de confianza, de respeto mutuo, de ser uno con el caballo, se vuelve mucho más simple y es mucho más fácil gestionar nuestras emociones negativas ante una respuesta no deseada, una de las cosas más difíciles en la equitación y así conseguiremos dar ayudas mucho más eficaces en nuestro trabajo.
Lo iremos viendo a lo largo de los siguientes artículos en los que hablaremos de situaciones del día a día en las que nos encontramos con nuestros caballos.