Un caballo! Un caballo!
Es el grito que no puedo contener cuando veo un caballo… en la montaña, en un campo, cerca de una hípica, viajando en un remolque…
El caballo me provocaba admiración, miedo, respeto…despertaba en mí unas emociones que ningún otro animal hacía. Había algo de misterioso, poderoso, mágico, algo que no sabía explicar pero que me atraía y un día decidí conocer a este magnífico animal.
Al principio, el simple hecho de estar a su lado, cepillarlo, llevarlo a pasear sin ninguna pretensión ya me llenaba el alma. Podía pasar mañanas, tardes, días, noches…compartiendo mi tiempo con él, un tiempo que pasaba tan rápidamente que llegaba tarde a todas partes, excepto a la cita que teníamos al cabo de unas horas…porqué no podía pasar mucho tiempo sin que le viera de nuevo.
Poco a poco fui cogiendo confianza y empecé a compartir mis inquietudes y pensamientos con él. No estoy seguro de que me comprendiera pero el sonido de su respiración, el ruido de su masticación y el olor de su crin me bastaban.
Llego tarde.
Con el tiempo, empiezo a enseñarle cómo debemos comunicarnos, empiezo a pedirle que hagamos cosas juntos, como salir a pasear del ramal, después con una cuerda más larga, hacemos paseos en los que poco a poco le voy dejando suelto a mi lado mientras él come hierba y yo le miro. Sin decir ni una palabra me dice mil cosas y yo, le contemplo.
Llego tarde de nuevo.
Con el paso del tiempo, le comprendo mejor, puedo captar su estado de ánimo y pienso que él también es capaz de captar el mio. Nos vamos cogiendo confianza y voy intentando cosas nuevas con él. En la pista, sin cuerda, trato de comunicarme en libertad y pasan cosas extraordinarias que hacen que esos momentos sean únicos.
Sigo llegando tarde.
Un día, al volver de un paseo por el campo y después de un rato de jugar en libertad en la pista, me invade el deseo irrefrenable de montar por primera vez. Me surgen muchas dudas y debo reconocer que también algo de miedo, pero mi corazón vence a mi cerebro y sin darme cuenta, me encuentro sentado en el dorso de mi caballo, mirándole fijamente las orejas, sin parpadear, poco a poco me miro a mi mismo, mis piernas, mi cintura, miro su cuello, sus espaldas…de momento no me atrevo a moverme. Levanto lentamente la mirada y me siento muy alto, elevado, flotando…sonrio…me salta una lágrima…no siento nada y siento todo.
No quiero llegar.
No quiero que montar a caballo me haga olvidar por qué estoy ahí. No quiero que montar a caballo me obligue a hacer cosas que no siento.
Quiero que montar a caballo me emocione cada día…me quedan muchas lágrimas.
Foto de portada: Julie Cramer